10 de septiembre de 2013

Verónica Núñez Abad

¡Va por todos y cada uno!






Verónica Núñez Abad 

Distrito Federal, México.  Profesora y Comunicóloga, egresada respectivamente de la escuela Normal No.7 de Nezahualcóyotl y de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, en la especialidad de Periodismo. Ha publicado en diversas antologías  como La travesía, Colectivo Entrópico, 2009,; Hojas de Verano:  del Taller Charles Bukowski, Casa del Poeta Las 2 Fridas, 2009.

A continuación les presentamos el cuento de Verónica Núñez Abad: Camelia, publicado en el libro de cuentos y relatos La travesía.










                                 Camelia

Tocó el timbre insistentemente siete veces y nadie respondió. Los de la casa 142 de la calle Camelia aún dormían. Era una madrugada especialmente fría, al hombre se le impregnaba hasta los huesos, no podía encontrar las llaves, la camisa hecha jirones, ensangrentada, no guardaba nada, los vagos de la Degollado se habían encargado de ello. Volvió a tocar y fue inútil, optó por chiflar, era una tonada familiar: cuatro largos chiflidos reconocidos por todos era su sello personal, sus amigos y compañeros de trabajo rápidamente sabían que era él cuando llegaba al cabaret o a la cantina.
Una voz de protesta se escuchó:
– ¡Ya llegó tu hijo, mamá, y viene bien borracho!
Doña Con se levantó pesadamente del sillón de la sala, era su dormitorio, todas las camas y catres de la casa 142 estaban llenos, no alcanzaban para toda la prole, la nieta y su hija compartían su sueño en esa habitación.
Buscó las chanclas debajo del sillón y un suéter en el ropero, el frío de esa mañana era especialmente gélido, abrió la puerta y las voces molestas le reclamaron:

–¡Cierra la puerta, mamá, bonitas horas de molestar!
Arrastró los pies por el patio, estaba cansada de tanto quehacer, durante el día lavaba montañas de pañales de los nietos, cocinaba para muchas bocas, trapear, barrer, limpiar, sacudir eran palabras de su cotidianidad. Ahora al ser arrancada de su descanso gritó:

−¡De veras que no entiendes, Pedro, ya vienes borracho y ni dejas dormir, haces mucho escándalo!
−¡Gordita, jefa, perdóname, en serio ya no te voy a molestar, ya perdóname, de veras perdóname!
−¡Ay, Jesús bendito mira cómo estás, encuerado, Pedro, no te da vergüenza, qué va a decir la gente, ya métete, vienes bien borracho, ni te puedes sostener, no entiendes, no entiendes! ¡Violeta, Violeta, ven ayúdame!

La hermana pequeña tomó sus lentes verdes y corrió al patio descalza, le gustaba hacer gala de su fuerza adolescente y llegó dispuesta a ayudar a la madre con su bulto pesado. Pedro estaba golpeado de la cara, un hilillo de sangre venía de la cabeza, las mujeres lo ayudaron a entrar a la casa y su hija al verlo, se sobrecogió de miedo, ahí estaba el padre, borracho y golpeado, ninguneado por los asaltantes que se habían llevado lo último que le quedaba del sueldo.

Margarita ya se había levantado y trajo unos trapos y agua para limpiar al hermano herido, pero alcanzó a ver la cara de horror de su sobrina y le pidió que fuera a su cama, la escena no era para una niña tan pequeña de cinco años.

Las mujeres se afanaron en limpiar al hombre, hijo mayor de la familia Hernández. Asentados desde hace años en la calle Camelia, de la populosa colonia Guerrero, llena de vecindades, cabarets, cantinas y prostíbulos, “una colonia alegre” diría Pedro, quien acostumbraba visitarlos, gastándose la mayoría de las veces el mísero sueldo que le pagaba su patrón en la joyería.

Hicieron un té de manzanilla y Pedro se acostó en el sillón quitándole a su madre el único lugar de la casa donde podía descansar de la dura jornada del día, doña Con, se puso su mandil y fue a la cocina para iniciar la rutina diaria. La casa se llenó de un exquisito olor a café recién preparado, sacó los frijoles del refrigerador y se dispuso a hervirlos, el desayuno estaba casi listo.

Margarita prendió el radio en 6:20 “La música que llegó para quedarse”, Sergio Méndez y su Brasil 66 se escuchaba suavemente, mientras llenaba la lavadora y sacaba la ropa del cesto, casi amanecía esa mañana del primero de octubre del año 1968, cuando oyeron el claxon del Volkswagen verde modelo 63, con su orgulloso conductor −¡Llegó Enrique, con el Gordo! Violeta corrió otra vez descalza por el patio para ayudar a cargar al Gordo, masa corpulenta que llegaba todas las mañanas en entrega puntual.

Violeta entró a la cocina con el Gordo. La abuela y su tía lo vieron con fastidio, otra boca qué alimentar y por cierto ésta era muy exigente y tragona, le encantaban los frijoles y la gelatina, que saboreaba hasta ensuciarse la ropa y los cabellos.

− ¡Quero picoles y kelatina!− dijo el Gordo.
La abuela al percatarse de la presencia de su yerno respondió:
−Sí mi niño, ya están tus frijolitos calientes, te voy a preparar tu huevito.
−Suegra, le dejo al niño, me voy, vamos a llegar tarde para recoger al Gordo, es que tenemos una reunión en la oficina, le dejo estos cinco pesos para lo que se ofrezca.
Doña Con ya no respondió, ese dinero no alcanzaba para comprar toda la fruta que le gustaba al crío y eso de llegar tarde, probablemente regresarían ebrios o llamarían para decir que no vendrán por su Gordo.

Poco a poco aparecieron en la cocina de la casa de Camelia, los otros integrantes, Eva con su acostumbrado mal humor se sirvió una taza de café para despotricar sobre madruguete del hermano ebrio, sus hijos se levantaron a jugar con el Gordo, todos casi de la misma edad.

La abuela Consuelo preparó diligentemente los alimentos ayudada por Margarita. Eva pidió el baño caliente, tenía que llegar rápido al hospital y tenía un retraso. Las cobijas se empezaron a doblar y con ellas se sacudieron los sueños de la noche, la nieta mayor fue peinada en esa cocina con un grueso peine, mojado en las ollas de leche del fregadero, con tanto cabello, qué fastidio peinar tanta cabellera, sería bueno cortárselo por la tarde con el peluquero de la calle Soto, después de la salida de la escuela sería ejecutada la sentencia.

Los varones de la casa siguieron acostados, uno durmiendo la borrachera, el otro con su cuerpo musculoso disponiéndose a levantar pesas en el gimnasio Atlas y seguir marcando su bello cuerpo, con mirada burlona miró a sus parientes cuando llegó a la cocina y escudriñó los humildes alimentos:

−Comen pura basura− dijo para sus adentros.

La casa tenía que limpiarse escrupulosamente, la abuela Con era especialista en dejar todo perfecto, Violeta y Margarita ayudaban junto con la nieta a que se cumplieran los rituales de limpieza exhaustivos y complejos. La visita al mercado Martínez de la Torre era una de las actividades más importantes del día. La casa de Camelia 142 contaba con mangos, uvas, plátanos, naranjas, queso, jamón, huevo, frijoles, café, gelatina, crema, tostadas, pollo, verduras, hígado y corazón de res, tortillas muchas tortillas, pero la fruta no era para todos, se empacaba en cajas azules en el refrigerador y algunas eran escondidas en lugares inaccesibles para ciertos individuos de la casa, estaban prohibidas para quienes no estuvieran en el corazón de la abuela Connie. A la hora de la comida, se repartían según su criterio y la mayoría de las veces no había ninguna conmiseración, su actitud era fría, tajante y determinante.

Por la tarde después de bajar todos los pañales y ropas infantiles de la azotea, montañas de ropa por doblar y planchar, la abuela junto con sus hijas no dejaba de trabajar, sin embargo había un placer que no se podía perder: ver las telenovelas, le encantaban las actuaciones de Rafael Banquells y Mauricio Garcés en Gutierritos, se volvía loca con tantas actrices novelescas: Amparo Rivelles, Sonia Furió, Rafael Baledón, Doña Prudencia Grifel, Sarita García y tantos actores que dibujaban su realidad social, no se daba cuenta que los escondrijos de la fruta en la cocina eran hallados por sus nietos y se atragantaban mientras ella se entretenía con las actuaciones.

Ese día antes de dormir y terminar de ver El Fugitivo o Los Invasores en la tele entre otros programas, la abuela tuvo que recibir a la nuera furiosa quien llegaba escandalizando y pateando la puerta porque quería a su marido con el dinero del sueldo, también los gritos de su hija arremolinaban a curiosos en la calle de Camelia, Claudia desesperada y neurótica frente al zaguán deseaba abrirlo y ver a su marido que quiere dinero, siempre dinero para comprar comida y apostar en el hipódromo. El señor de enfrente abría la cortina al escucha a sus vecinos tocaba su cabello corto mientras espiaba por la ventana y sonreía al ver la escena.

Por fin la puerta se abrió, era una niñita, su hija con un suetercito y un fondito de dormir, con ojos llorosos, asustada abrazó a su hermanito que venía con la gritona, temblaban de miedo y de frío, bajo el número 142 le zangoloteó los hombros preguntándole por su padre alcohólico, señaló con su dedo índice hacia adentro y con toda su furia se introdujo a la casa.

Pedro se levantó, había escuchado a su mujer y ya un poco sobrio le platicó del asalto pero ella lo que deseaba era golpearlo. Forcejearon, la familia intervino y los corrieron, antes la abuela Consuelo en un frasco de café puso sopa de pasta y en otra olla, frijoles para llevar. Se fueron, alejándose de la calle Camelia arrastrando a sus hijos que los miraban pelear. El hombre en la ventana se dispuso a dormir, alistó su uniforme militar.

¿A dónde caben tantos en la casa 142 de la calle Camelia? Se preguntan los nietos. Pronto se hospedarán los primos de Cuernavaca, una prole muy vasta de los tíos Rafael y Julia. Unas colchonetas en el suelo, la harán de cama y acostarlos cuando lleguen, esas las venden en el mercado Martínez de la Torre. Ir a buscarlas será una prioridad para la abuela.

Llegarán los parientes lejanos y visitarán la casa de Camelia, en las fiestas navideñas arribarán con la abuela Consuelo vendrán por orden de aparición: la tía Carmelita, el tío Manolo, Sergio con su esposa Celia además sus tres vástagos, Cuca y Arturo los recién casados, el tío José actor y cantante con sus pestañitas enchinadas, oliendo a perfume impregnando hasta los frijoles de la abuela con su olor, su esposa Lucy, la amiga de la tía Tania que es solterona, los compadres de Enrique, su hermana Teté y su marido con tez blanquísima, hasta Chabelo amigo de todos los niños, Carlos, Neto y Titino ventrílocuo que sale en la tele con sus personajes.

Recibirán un regalo generoso de la Tía Teresa, en ese gran árbol navideño se apilarán para cada uno de los visitantes de la calle Camelia saboreando los guisos de la abuela Consuelo y brindarán por otra navidad juntos.

Por lo pronto hoy amanece. Es dos de octubre del año 1968, el vecino de enfrente se levanta temprano, deja su uniforme planchado, se viste de color obscuro y recuerda que tiene que llevar un guante blanco antes de salir.

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